Este podría ser un disco para introducir a alguien en este sub-género, que tiene muchos adeptos pero está lejos, muy lejos de ser algo masivo. Hablamos del folk inglés, género en el que Steeleye Span hizo aportes más que significativos, por no decir que fue uno de los grupos insignia de una movida, que fue mundial y se adaptó a todos los principales países productores de música del mundo. Algo así como una vuelta a las raíces. Pasó en Estados Unidos, en Sudamérica y en Inglaterra, sobre todo. A fines de los sesenta y principios de la década siguiente, todos estaban acomodándose a un mundo que no iba a cambiar como en un momento se pensó. Hagamos una cosa; volvamos al caparazón, al útero materno, a las músicas del pasado.
Vale decir que, para mediados de la década del setenta, Yes, Pink Floyd y varios de los que venían hartándose de vender discos, eran considerados dinosaurios por la generación siguiente. El punk, vamos, con todas las letras. Y eso que tenían menos de diez años de diferencia. Cosas raras que pasaban en aquel entonces.
De todas las bandas que surgieron de la vieja Albión, en la era en que de repente todos eran juglares de la Edad Media, Steeleye Span fue una de las más tradicionales, de las más apegadas a la vieja usanza y los más reacios a incorporar elementos de la música actual. Con grandes discos como Please to See the King, Below the Salt o Parcel of Rogues habían delineado algo más grande que un género; era una forma de encarar la música, toda una ideología. Para la hora de Rocket Cottage la compañía decidió archivar el disco que habían hecho y les pidió ir en una dirección “más roquera”, más actual, cosa que provocó no pocas discrepancias en el seno interno de los muchachos. Este fue el resultado. Supuestamente el disco menos folk y más rock que hicieron. No es tan así el asunto en realidad. Los elementos distintivos del sonido que los hizo grandes siguen presentes. Hay más guitarras, eso no se puede negar, pero el tufo a Corte del Rey Arturo sigue estando, escuchá sino “The Twelve Witches” y, si no te transporta automáticamente, es porque andás medio flojo de imaginación. Maddy Prior, una de las grandes cantantes de todos los tiempos, está y en un gran nivel, una de esas voces reconocibles al instante. En “The Brown Girl” por ejemplo, muestra el impresionante poderío de sus pulmones, rodeada de guitarras distorsionadas, que nunca pasan a ser más importantes que el conjunto, algo remarcable. A lo mejor el gran acierto de Rocket Cottage.
Música como
esta siempre requiere de una sumergida, de un cierto grado de complicidad por
parte del oyente y la influencia que ha tenido en cierta música posterior puede
que haya sido algo negativo o incluso irritante. Acá es cuando estaba viva y
todavía era relevante. Hoy suena como nunca.
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Chequear también:
Fresh Maggots - ídem [1er. LP - 1971]
Steeleye Span - Hark! The Village Wait
Dr. Strangely Strange - Kip of the Serenes
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