Un capitán recomendando a otro capitán, fue en definitiva lo que hizo que hoy tenga este disco guardado en lo más profundo de mi corazón y al que recurro siempre como si fuera un bálsamo de energía incandescente para el alma.
Me toca hablar de Captain Beyond, primer disco, homónimo, que vió la luz en 1972 y que traía consigo una ingeniosa (por entonces) tapa en 3D donde se podía observar a un astronauta de botas tejanas sobrevolando el espacio junto a un misterioso objeto en sus manos. Curiosamente este disco quedó en el olvido ya que no vendió lo suficiente ni fue de mayor interés para un público que al parecer solamente tenía ganas de tomarse una Toddy conocida y no tenía mayores ánimos de experimentar con otros yorcolates, que los había y... ¡Claro que los había! Este disco se encarga de demostrarlo.
Si tenemos en cuenta quienes son los muchachos que están atrás de esto, las dudas pueden jugarnos en contra. A prima facie podríamos intuir que se trata solamente de un viejo y olvidado proyecto paralelo de Rhino y Lee Dorman, guitarrista y bajista de Iron Butterfly respectivamente, dos nabos que acá parecen funcionar a puro cuete.
Nunca fui muy fan de Iron Butterfly, pero mi añejado corazón púrpura de épocas adolescentes, de mochilita negra y liquid paper, de tachas y vestimentas oscuras aún tenía fé: Rod Evans al comando vocal y lírico de esta fantástica travesía astral, se da el lujo de utilizar algunos elementos de percusión que enriquecen aún más la calidad sónica del material. Por supuesto, mis dudas se disiparon inmediatamente nomás escuchar la entrada del gran Rod segundos después del riff que abre esta obra maestra. A este combo se le suma un baterista cuyo pasado desconocía, pero poco me importó. Es un batero y ya. Los bateros son bateros y a veces, seres abominables y odiosos. En este caso, es buenísimo y con eso basta. Si le toma la leche al gato, no es determinante aquí.
Basta una sola escucha con los oídos bien abiertos para darnos cuenta que estamos ante uno de los discos olvidados más increibles e irascibles en cuanto a sonido, composición, cambios de ritmo, letras y riffs... Un compendio de riifs imparables, fuertes, amenazadores, tétricos, soberbios, rimbombantes, elementales, progresivos, complejos, bonitos. Y lo mejor radica quizás en la forma en que todos estos componentes están compilados: trece temas enganchados entre si, en tres partes bien definidas, haciendo que se trate de un álbum conceptual, con todo lo que eso implica, riffs recurrentes, melodías y letras cíclicas que regresan para cerrar un concepto que, si bien no está explicito, queda sujeto a la propia interpretación del escucha. Están los que dicen que habla de un imaginario planeta hecho de tergopol en el cual se arma una tremebunda trifulca entre sus habitantes, seres adictos a un pólen radioactivo que escaseaba por entonces.
El eje central se encuentra hacia la mitad del álbum en "Thousand Days of Yesterdays (Time Since Come and Gone)": una épica aventura acústica contrastada por una base de batería que parece tomar vuelo a fuerza de repiqueteos de redoblante. Una vez más los cambios de ritmo abruptos son parte significativa del tema, pero no hacen más que reforzar la fuerza e intensidad de la canción. Tras este break acústico, el astronauta nos llevará a una nueva experiencia auditiva de la mano de la supermegaimpresionantementepensada y mejor aún ejecutada "I can't Feel Nothing". Pieza que contiene los últimos cinco temas del disco, para cerrar de manera brillante y bien arriba esta odisea espacial.
¿Como darse cuenta si el disco entró por donde debe? Fácil. Al levantarse del asiento, una viscosidad blancuzca debería caer de a chorros por los bolsillos del reverso del pantalón, mojando una y cada una de las medias.
Hard rock sin ser metal, aunque por momentos podríamos llegar a pensar que se trata de un disco de Slayer. Jazz rock sin ser realmente jazz, aunque la sutileza de quien comanda los parches asi lo sugiere. Rock espacial sin abusar de ruiditos psicodélicos mal puestos.
De eso se trata este disco: una aventura ruidosa, pero sutil, llevada al puerto de un rock poderoso y elaborado, donde Rod Evans brilla como un crooner galáctico, sin caer en el cliché de cantantes que abusan del falsetto y el griterío sin fín como locas con la concha paspada.
Un disco imprescindible para todos los amantes del hard rock.
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