hay que sacarse el sombrero ante la gente de Sunbeam Records, el sello británico especializado en rescatar perlas del pasado, más que nada de la década del sesenta. En este caso se trata de Justine, una banda que sólo hizo un disco, homónimo, aparecido en el año 1970.
Son cinco cantantes, entre ellos dos chicas, que construyen unas armonías vocales que hacen que el origen de la banda se vuelva difuso; son ingleses pero suenan a California, como si Curt Boettcher se hubiera hecho una escapada a la vieja Britania después de perfeccionar el sunshine pop por el que hoy en día ha sido reivindicado. Los Justine tienen que ver con los Byrds, con los Lovin' Spoonful y con los Mamas & the Papas. Pero como ya dijimos, son ingleses. Con todo lo que eso implica. Los arreglos de orquesta son impecables, muy delicados y la producción es irreprochable.
En el primer tema, una especie de suite que consta de dos temas largos enganchados, están claras las intenciones, con el típico double entendre de la época, en este caso juega con la ambigüedad de estar enamorado y la experiencia con drogas psicodélicas. Nunca queda del todo claro si se refiere a una cosa o la otra. Picarones los muchachos. "Back to Boulder" es uno de esos temas hermosos por donde se lo mire, un tiempo lento, que va creciendo en intensidad, esta voz la voz líder es de John McBurnie, el compositor principal de la banda, empieza cantando solo, en un tono melancólico y se van agregando voces de a poco, para la mitad del tema es una orgía de voces armonizadas, el acompañamiento de orquesta es un lujo; subraya, acompaña y pasa al frente cuando tiene que hacerlo. En el medio del disco aparece otra suite, "Mini Splurge/Mr. Jones/Is That Good. That's Nice", y es una demostración cabal de la transición entre el período psicodélico y el rock progresivo que se veía venir a pasos agigantados. Hay una sección casi circense, retoma el tema principal, hay flautas y demás delicias.
Para el final una gran sorpresa, de la mano de "Unknown Journey", uno de esos temas épicos que parecen venir de otra galaxia. Tiene poco que ver con lo que habíamos escuchado hasta el momento y quizás por eso está ubicado al final del álbum. Empieza con unos solos de guitarra extraños, de esos que no saben bien a dónde van a ir a parar pero que, de alguna manera, quedan perfecto. La voz esta vez tiene otro cariz, más onírico, menos virtuoso pero igual de atractivo. En el medio se detiene y parece que se cae de bruces, pero vuelve a aparecer una idea completamente distinta, con unos paneos de algún instrumento extraño, un mellotrón o algo parecido. Se enrarece la atmósfera y recién ahí vuelven las voces femeninas, que esta vez parecen sirenas bajo los efectos de un sedante.
Conclusión: Justine no le cambió la vida a nadie en su momento y es muy probable que eso jamás ocurra, pero seguramente van a contribuir a hacerle pasar una hora de placer auditivo a cualquiera que les dedique lo que hace falta; unos cuarenta minutos de nuestro tan valioso tiempo.
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