Ellos daban siempre un poquito más. Ya por eso ocupan el lugar en el panteón que les corresponde. “Más vale arder que desvanecerse” según el
Neil Young de fines de los setenta, en
Rust Never Sleeps, cuando varios coincidían en ponerle un cierre definitivo a los idealismos. Se terminaba de digerir que el sueño había sido eso; un sueño. Después
Kurt Cobain “cachó el bufoso” como bien dijo el gran
Discépolo y citó esa misma frase en su carta de despedida, en otro acto simbólico de quiebre generacional.
En el medio pasó de todo y ahí es cuando ardió
The Clash, como un sismo, una tormenta de verano, de esas que duran poco pero dejan su marca donde mires. Son cinco discos de estudio en cinco años. Porque no vamos a contar
Cut the Crap, para mi gusto uno de los discos más repugnantes que escuché en mi vida, junto al engendro espantoso que parieron
Metallica y
Lou Reed o cualquiera de
Rod Stewart desde
Atlantic Crossing en adelante (*).
Si los ves en vivo, hoy se puede por suerte, gracias al túnel del tiempo que es
YouTube (y lo que vamos a presenciar muy pronto) parece que los tipos tenían una noción de que estaban haciendo historia, que cada una de las decisiones que tomaban era cuestión de vida o muerte. De más está decir que no era así, pero ellos parecían creerlo, en cada foto en la que posaban, con el cigarrito para el costado y los movimientos supuestamente espontáneos en el escenario. Es
show-bussiness, siempre será así y no veo que haya nada de malo. Además ellos eran como
The Who, o los
early KISS, en donde cada uno de los miembros era indispensable, la mitología estaba armada en tiempo real y hay que reconocer que salió bastante bien.
Lo que importa al fin y al cabo son las canciones y de eso hay para tirar para arriba con esta gente.
The Cost of Living fué un EP de cuatro canciones, sale entre
Give ‘em Enough Rope y
London Calling, el doble, la obra maestra por la cual se ganaron un lugar al lado de quien se te ocurra. Es impresionante escuchar cómo iban cambiando. Si comparás cualquier tema de acá con los del primero (
The Clash, del ‘77) es otra banda directamente.
La manera en que encaran los arreglos, el trabajo en las voces, los truquitos inteligentes en cuanto a composición... y Nicky “Topper” Headon. Confirmando aquello de que una banda es tan buena como su baterista.
Arranca con un cover, “I Fought the Law”, que muchos conocimos porque lo encajaron en la versión US del primer LP, editado dos años después en varios países del mundo y la que se conseguía más fácil en la era del reinado del CD.
Mick Jones se come la cancha, los dos nuevos claramente son de su autoría, se la empezaba a jugar con acordes inesperados, con una mezcla de agresividad y dulzura que sólo él tenía en la sangre.
Acá hay tres canciones enormes, que le pelean el puesto a cualquiera de las históricas y son los tres propios; “Gates of the West”, “Groovy Times” (que incluye solo de guitarra española… ¡con cuerdas de nylon y todo!) y una versión nueva de “Capitol Radio”, que supuestamente vuelven a grabar al enterarse que el single original era caro y medio difícil de conseguir.
Ellos con esos gestos conmovían, por lo menos a mí cuando tenía veinte años, igual que cuando sale el triple
Sandinista y
Strummer, el verdadero Robin Hood del rock and roll, pelea con la compañía para que se venda a un precio mucho menor al costo de fabricación, sacrificando las regalías, sus derechos de autor. Hoy todo ese costado mítico, medio bolasero e incomprobable me importa muy poco. Las canciones me gustan más que nunca y eso sí que es cuestión de vida o muerte..
(*) solo por los cuatro de los Faces, sus -también- cuatro primeros LP como solista y los dos con Jeff Beck (Truth y Beck-Ola) merece el baño en bronce. Y mi silencio eterno.Escuchar online en
YouTube o en
Spotify.
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