Hace poco en el cable pasaban seguido 30 Century Man, el documental sobre Scott Walker. Hay una escena que sirve para definir a este yanqui de nacimiento e inglés por adopción. Él está atrás del vidrio, en el estudio, mirando muy atento mientras un músico de sesión se encarga de grabar una percusión más bien peculiar; golpeando con los puños… ¡una media res entera! Nuestro héroe no parece convencido, sale de la cabina, va y lo corrige: “no, así no, mejor pegale así… ¿ves?”. En la cara no se le mueve un músculo y al pobre sesionista tampoco, claramente “curado de espanto”.
También es notable como cambia la percepción generalizada que se tiene sobre un artista con el paso de los años. Primero, en la época de los Walker Brothers, Scott era una especie de ídolo adolescente, salía en las revistas “del corazón”, algo así como un Backstreet Boy de los sesenta. Después, con sus primeros cuatro discos solistas, llegó el reconocimiento y la adulación. No hay que olvidarse que esos discos llegaron a figurar entre los diez más vendidos al momento de su aparición. Más adelante, cuando sus discos se volvín más excéntricos, esporádicos y holgazanes, su figura se fue desvaneciendo. Hasta que llegó Julian Cope. En plena cresta de la ola con los Teardrop Explodes, el pibito de acento provinciano no se cansaba de elogiarlo en entrevistas y de recomendar sus discos a quien quisiera oírlo. Ahí le llegó el revival. A Scott le importó poco en realidad, siempre esquivo, desencantado con el negocio del espectáculo hacía ya rato.
Es que esos discos eran (y son) tremendos. En este, el primero, va a contramano de todo, ciego en su visión, valiente, no tiene nada que ver con la psicodelia, el verano del amor y todo el resto de lo que pasaba por aquel entonces. Hay tres productores / arregladores encargados de construir esta catedral sónica, algo así como la versión inglesa del famoso Muro de Sonido de Phil Spector. Escuchen la densidad instrumental que hay detrás de esa gran voz en "Mathilde", la primera de una larga serie de versiones de Jacques Brel, con quien Walker estaba poco menos que obsesionado. En Scott hay dos más del cantautor belga: "My Death" y la increíble "Amsterdam", con ese vertiginoso crescendo orquestal. Otro que también estaba de moda por aquel entonces era Tim Hardin, cuyos herederos deben vivir cómodamente por la gran cantidad de versiones que se han hecho de sus temas. Acá está la delicadísima "The Lady Came from Baltimore" y después, en Scott 2, aparecería "Black Sheep Boy". Pero no sólo era un gran intérprete, las composiciones propias merecen ser destacadas también. "Montague Terrace (In Blue)" está a la altura de cualquiera de las canciones del disco y de su carrera. Y lo mismo pasa con "Such a Small Love" y "Always Coming Back to You", también de su autoría.
Después vendría su semi-retiro/reclusión, con discos hechos a media máquina, la efímera reunión con los Walkers Brothers y mucho más adelante esos discos alienígenas como Tilt o el más reciente The Drift, que lo llevaron a la categoría de artista de vanguardia, haciéndole ganar nuevos fanáticos (y perder otros tantos) en círculos a los que no había llegado previamente. Otra historia que también queda para más adelante.
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Chequear también:
Scott Walker - 'Til the Band Comes In
The Walker Brothers - Nite Flights
Scott Waker - Climate of Hunter