jueves, 23 de agosto de 2012

Tindersticks - The Something Rain


Hay tres tipos de grupos o solistas. En el primero están los que se abren camino, los que tiran la mesa con todo lo que tiene arriba y son los que borran fronteras, achican distancias y suelen quedar en la historia. Este grupo es bastante reducido. En el segundo, quizás el de mayor densidad de población, es ese en el que conviven los que no han hecho grandes revoluciones, pero saben mezclar bien las influencias y además son tan buenos en lo que hacen que los queremos igual. En el tercero están todos los que no nos mueven un pelo y que no nos interesan para nada. En esos no vamos a perder tiempo. También se podría decir que hay un cuarto grupo, abundante, que es el conformado por los grupos que sabemos que son buenos, que tienen muchos adeptos pero que por alguna cosa o la otra no nos terminan de cerrar.

Los Tindersticks seguramente pertenecen al primer grupo. ¿Por qué? Nunca le dieron bola a nadie, es muy difícil detectar de dónde vienen y hace más de veinte años que vienen sacando discos impecables, totalmente personales. Parecen orbitar en otra galaxia, jamás se les pudo encajar ninguna etiqueta y eso parece no importarles en lo más mínimo. Claro, todos los que pertenecen al primer grupo tienen características que hacen que, mientras que algunos los adoren de manera incondicional, otros los detesten sin remedio o que sean incomprendidos.


Nunca esgrimen las guitarras para suplantar los órganos sexuales, la cosa acá viene por otro lado. Son artistas en el buen y en el mal sentido de la palabra. Se puede decir que cada uno de los discos de Tindersticks puede servir como banda sonora para una película europea un poco pretenciosa, con sus arreglos de bar de cocktails para viejos con plata, con la voz de Staples que parece salida de una caverna y cierto letargo narcotizante tanto en las letras como en la música. The Something Rain es el disco del 2012, el que le sigue al tambíen excelente Falling Down a Mountain y en donde parecen haber encontrado el nicho en donde se van a quedar cómodos para siempre. Sigue una línea pero también tiene sus hallazgos ("Frozen", "A Night So Still"), en definitiva: como todos y cada uno de los discos de Tindersticks. Un camino en el que hubo algún que otro tropiezo menor, algo que siempre va a suceder cuando pasan los años, se tiene siempre la cabeza alta y los radares atentos.

Empieza con un relato sórdido -"Chocolate"- cargado de sexo y lascivia (bien Tindersticks) en que el protagonista relata, como un Lou Reed sin telarañas, una noche de reviente, de desenfreno con un final sorpresivo. De ahí en más, después de ese tema que parece hecho para calentar motores, el disco entra en una planicie de buen gusto, arreglos sofisticados, instrumentos de color bien usados y todo lo que hace que los que los apreciamos sigamos teniéndolos en muy alta estima. Si esto es lo que pueden hacer, a casi veinte años de aquel disco de la chica con el vestido rojo en la tapa, no queda más que seguir pendientes de lo que hagan de ahora en más. Parece que vale la pena.







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