No me digan que nunca se preguntaron qué hubiera pasado si los Beatles hubieran tenido la facha de los Canned Heat o los Pretty Things. ¿Y si Nirvana hubiera estado compuesto por los Screaming Trees en vez de el rubiecito que todos conocemos? ¿Qué pasaba si los Pistols hubieran sido gorditos y pelados? Ser fotogénico ayuda. Mucho. ¿Qué pasaba si la semi-diosa Debbie Harry hubiese sido retacona y no hubiese sabido posar tan bien como lo hacía para las fotos de prensa? Chris Stein, su pareja en la época de oro de Blondie, debe haber sido el tipo más envidiado sobre la faz del planeta tierra, durante por lo menos cinco años. Preguntas sin respuesta. Sobre todo teniendo en cuenta que los que tenemos entre veinticinco y cuarenta solo la conocimos por fotos cuando era hermosa y vimos los estragos del paso del tiempo. Además los discos de Blondie son muy buenos. Sobre todos los cuatro -e indispensables- primeros LP. Blondie, el más punkie, Plastic Letters, Parallel Lines, el disco consagratorio y la síntesis más acabada (ideal para explicarle a un extraterrestre qué es la new wave) y el magnífico Eat to the Beat, el que cierra esa seguidilla de pop pefecto, redondo.
Y entonces… ¿Qué era la new wave? Blondie. Punto. Está bien; un poco más de datos. Ni más ni menos que el punk, con sus mismas infuencias, amateurismo y deseos parricidas, sólo que un poco mejor vendido, “empaquetado” para ser pasado por las radios, con una capa de maquillaje (léase teclados) extra como para sepultar esas guitarras llenas de espinas y no espantar a los DJ’s enfermos de viejazo. También es pop. Pop bien entendido. En una línea directa que desciende de los Beatles, los Beach Boys, los grupos de chicas de Spector y los Bay City Rollers. No es lo que hoy en día se conoce con esa palabra, quizás la más maltratada y bastardeada de las etiquetas. Lo que hoy se conoce -erróneamente- como pop es la música más aberrante que jamás existió. Y no vale la pena dar nombres porque todos sabemos de qué estamos hablando.
Como para dar una idea ampliada de esto que decimos, Plastic Letters se vendió primero en Inglaterra (a Blondie le costó ser profeta en su tierra) a caballo del simple de una versión de un viejo tema doo wop de los sesenta, de “Denis” de Randy & the Rainbows, un ejemplo perfecto de cómo hacer una versión con todas las letras. Si no la conocen no tienen más que buscarla en el milagroso YouTube. Sí, es lo mismo que hacían los Ramones con los temas de 1910 Fruitgum Company o lo que hizo Joan Jett con esa canción de Tommy James. Desprejuicio y desparpajo. Precisamente lo que hacía falta en ese momento y una lección que nos sirvió para toda la vida; una gran canción puede estar en cualquier lado.
De manera un tanto injusta, Plastic Letters quedó relegado a la hora de las encuestas, comparado con el primero o con Parallel Lines pero es tan o más indispensable que cualquiera de esos dos discos y es un engranaje fundamental para entender una época, un sonido y una banda que, en su breve apogeo, era indestructible.
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