Es un gusto, un verdadero placer. Saber que todavía hay gente que se molesta en escribir nuevas canciones. En armar discos pensados. Redondos, con sentido, con una unidad conceptual y sonora. Gente que mira para el costado ante la nostalgia con olor a rancio y decide ignorar el hecho de que ya casi nadie escucha discos y decide destruirlos para escucharlos en aparatitos del tamaño de la uña de un dedo gordo. Uno no puede menos que sacarse el sombrero ante gente como Jason Quever, el hombre detrás de Papercuts, uno de los que todavía deciden mantener viva la llamita de una tradición que se niega a desaparecer, de manera casi quijotesca.
Quever, que por lo visto todavía no tiene el ímpetu o el interés como para que su nombre aparezca en la tapa, viene de la soleada California y se nota que ha hecho los deberes, que ha estudiado su métier. A la hora de definirlo, se puede apelar a términos un poco odiosos como pop de cámara, folk moderno, o alguna de esas etiquetas pero con Papercuts se da maña para desmarcarse de las etiquetas y encontrar un sonido propio. Que tiene que ver con el pop ensoñado de los Zombies o, más acá, con los arreglos barrocos de Camera Obscura, con un aura de melancolía que se encarga de teñir las canciones de un barniz que nunca llega a ser agobiante, al contrario, la tristeza y el aire reflexivo es reconfortante en este caso. Escuchen sino los arreglos de "John Brown" la segunda canción de Can't Go Back, cuando parecía que iba a transcurrir sin mayores sobresaltos, al final termina en un remolino de violines y chelos que son una verdadera mermelada auditiva.
Quever se deja ver como un fanático empedernido de Dylan, de aquel perído de las Basement Tapes con The Band y eso queda claro en canciones como la preciosa "Just Another Thing to Dust" o la muy jocosa "Take the 227th Exit", que podría verse como el equivalente a "Just Like Tom Thumb's Blues" de Highway 61, agregando la necesaria cuota de sentido del humor. Pero nada de reverencias, esto es una pinceleda apenas detectable, sólo uno de los tantos tonos de una paleta muy rica, que nunca llega a la saturación. Todo lo contrario; cuando hay instrumentos de color (un fagot por acá, un glockenspiel por allá) están sabiamente dosificados y muy pocas veces hay más de uno en la misma canción. Inteligencia a la hora de la toma de decisiones, que le dicen… De manera un poco perversa, las canciones más notables de Can't Go Back aparecen sobre el final; "Found Bird" es una delicia, tres minutos de derroche de buen gusto, con la voz de alma herida de Quever, con la emoción a flor de piel y preparensé para el final a toda orquesta de "The World I Love" que, como su título bien lo indica, es un manifiesto.
Este el segundo disco de estudio de Papercuts, el que le sigue a Mockingbird, del 2004. Música hecha en el presente, anclada (pero no estancada) en el pasado y con claras miras al futuro. La que seguramente estaremos redescubriendo dentro de veinte años.
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