domingo, 24 de agosto de 2025
Los Violadores - Y ahora qué pasa, eh?
Nunca voy a olvidar la primera vez que escuché “Uno, Dos, Ultraviolento”, en medio de un compilado horroroso de hits del verano o algo así. Lo ponía y lo ponía y lo ponía, una y otra vez, ad eternum. Mi amigo, que era de esos sordos musicales, no lo podía entender. Me preguntaba: “¿qué pasa?, ¿qué tiene de raro?”. Mientras yo le imploraba que se calle y me deje escuchar.
Así empezó mi relación con Los Violadores. Puede ser como con esas bandas que, si te entran en el momento adecuado (en mi caso, con menos de veinte años), te pegan un sacudón que te transforma el ADN para siempre. Se me ocurre que lo mismo puede pasar con Mission of Burma o con Bad Brains. Si los descubrís a esa edad, probablemente te cambien los parámetros de… todo. Si los conocés a los cuarenta, ya no va a ser lo mismo.
Tardé en escuchar los discos enteros de Los Violadores. Una, porque eran difíciles de conseguir donde yo vivía. Y otra, porque en esa época todavía no estábamos acostumbrados a escuchar un álbum de principio a fin: picoteábamos canciones sueltas. La sorpresa fue enorme, sobre todo con este: su segundo LP de estudio, Y ahora qué pasa, eh? (1984). Un disco aparecido en plena primavera alfonsinista, en un momento en que todo parecía que iba a funcionar en Argentina: se iban los militares, se respiraba libertad. Después supimos que no sería tan así, pero esa ya es otra historia. Algo parecido a lo que pasó en España con la caída de Franco.
Ese sentimiento ingenuo pero incuestionable se escucha en la mayoría de los temas. “Somos Latinoamericanos” (“…y estamos orgullosos de serlo” cantaba Pil Trafa sacando pecho), “Como la primera vez”, “Sin ataduras en el oeste”, con esas preguntas eternas: ¿Quién nos miente? ¿De qué lado me ubico? ¿Para quién lucho? ¿Vale la pena luchar? Ellos aclaraban que leían a Engels y Marx... pero brindando con vodka y caviar.
También pasa algo -por suerte- que distingue a los discos que “dicen cosas”: podés no tener la menor idea del trasfondo y, aun así, bailar como un poseso. “Comunicado 166” es un buen ejemplo: logran meter más palabras que en una sopa de letras, pero su onda jodona te arrastra igual. Te dan ganas de saltar como Shane MacGowan en un recital punk, atiborrado de píldoras y con acné juvenil a la orden del día.
Tiene cuatro o cinco grandes canciones. De “Ultraviolento” poco se puede agregar: cosechó la fama que merece. Pero a temazos como “Quiero ser yo, quiero ser libre” o “Nada ni nadie nos puede doblegar” todavía les falta formar parte de una película, sonar en un programa de TV, o recibir cualquiera de esos guiños que convierten a una canción en clásico universal. Ya llegará. Tiempo al tiempo.
Escuchar online en YouTube o en Spotify.
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