miércoles, 16 de noviembre de 2011

Echo & the Bunnymen - Porcupine


En Head On, la autobiografía de los primeros años de carrera de Julian Cope, hay algunas anécdotas que hablan de la personalidad y la ambición musical de Ian McCulloch, quien todavía hoy lidera a Echo & the Bunnymen. Cuenta cómo se conocieron, en la incipiente escena post-punk de Liverpool, cuando Mac (tal su apodo) era un clon lleno de granos de Joey Ramone, a la defensiva atrás de inamovibles anteojos oscuros. Relata cómo compartían gustos musicales, con el esnobismo que se necesita para poder hacer algo en la vida, cómo detestaban ciertas bandas y glorificaban a otras que en realidad no estaban tan distanciadas. También competían salvajemente y Cope confiesa, sin el menor arrepentimiento, el ataque de envidia que sintió cuando salió Crocodiles, antes incluso que Kilimanjaro, el debut de los Teardrop Explodes.

Hoy parece imposible pero en un momento, a principios de la década del ochenta, los Bunnymen eran serios candidatos al título de Banda Más Grande del Mundo, batalla que perderían irremediablemente a manos de U2, con Bono a la cabeza. La prensa los adoraba, el público respondía pero no… no iba a poder ser.

Para hacer la tapa de Porcupine, el tercero de estudio depués de Heaven Up Here, decidieron seguir la tradición de plantar la banda en algún paisaje insólito. Si en Crocodiles aparecían en una especie de bosque encantado y en Heaven… en una playa desierta, esta vez iban a ir más lejos todavía. Pusieron proa con rumbo a Islandia y armaron la sesión de fotos, en ese glaciar que tanto tiene que ver con la música. Ahí también filmaron el video de "Back of Love" ese temazo que les ayudó a llegar alto por primera vez en los rankings, dándole un significativo envión a las ventas de Porcupine, para el que se filmaron nada menos que seis videos promocionales. Ya lo dijimos; las ambiciones de los muchachos eran serias.

Porcupine
tiene fama de “disco difícil” pero no es tan así. En realidad es mucho menos árido que sus dos predecesores; a pesar de que Echo & the Bunnymen refinaba la técnica y mejoraban las orquestaciones, sus discos se fueron volviendo menos aventureros, más convencionales, más “cancioneros” si se quiere. Cada uno sabrá con qué etapa del grupo quedarse, ninguna de las dos es mejor que la otra, simplemente son diferentes y en las dos se mueven con total naturalidad. Porcupine es quizás ese momento a mitad del camino, no es ni una cosa ni la otra; sí… hay estribillos y muy buenos, pero también oscuridad y experimentación para todos los gustos y ahí reside su mayor encanto. Pero en todos los discos aparecen los elementos que hacen de ellos una banda con personalidad; la guitarra psicodélica de Will Sergeant, una especie de Tom Verlaine inglés, un héroe anónimo de las seis cuerdas y la voz de Sinatra en ácido de McCulloch. Y las letras, por supuesto. Son un reflejo perfecto de una época, de una generación desencantada y claustrofóbica con sus obsesiones a la orden del día.

Después del éxito de Ocean Rain, el siguiente trabajo y continuación casi natural, vinieron unos cuantos problemas, la devastadora muerte del baterista Pete de Freitas, las carreras solistas y las peleas que nunca faltan. Pero se las arreglaron para sobreponerse a todo y hoy en día siguen, con la cabeza bien alta. Lejos quedaban los días de gloria de Porcupine.








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